martes, 5 de mayo de 2009

Cuando el documental es una cuestión moral.


Simultáneamente con el estreno de Z32, su film más reciente, una revisión del cine de Mograbi revela su obra como la pulga en la oreja del Estado de Israel, exponiendo, en todas sus facetas, las consecuencias de la ocupación militar de Palestina.

Por Horacio Bernades
“Dos lugares aparecen en todas mis películas: mi país y mi living.” Pocos cineastas han logrado vincular lo público y lo privado, lo macro y lo íntimo, lo personal y lo político, de un modo tan eficaz y sistemático, tan lúcido y lúdico como Avi Mograbi. En verdad, uno solo lo logró, pero desde el campo de lo ficcional. Se trata de Nanni Moretti, a quien este nativo de Tel Aviv admira sin reservas. Desde hace más de una década, Mograbi (cuyos padres eran dueños de una cadena de salas cinematográficas) viene funcionando como la pulga en la oreja del Estado de Israel, exponiendo, en todas sus facetas, las consecuencias de la ocupación. Consecuencias que no se expresan sólo en lo que suele considerarse bajas de guerra, sino también en otra clase de pérdidas: las del respeto por la vida ajena, la ley, la convivencia y, finalmente, la propia conciencia. La conciencia del cineasta, que, enfrentado a la posibilidad de su pérdida, se filma a sí mismo en ese living, donde en verdad cocina la película que tiene entre manos. Allí, el documentalista cavila, se hace preguntas, se plantea toda clase de dilemas éticos, estéticos y morales. Mograbi, documentalista hamletiano.

Conocido del público porteño gracias al Bafici y el DocBsAs (que lo trajo al país en 2005 y 2008), esta semana el cine de Avi Mograbi ingresa por primera vez a la cartelera comercial porteña, gracias al estreno, en el Complejo Tita Merello y la Sala Leopoldo Lugones, de su film más reciente, Z32 (ver aparte), que tras su exhibición en el Festival de Venecia se había preestrenado en el DocBsAs 2008 y el último Bafici. El Complejo Teatral Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina, en colaboración con la Asociación DocBsAs, le dedican una retrospectiva, que tendrá lugar desde este sábado en la Sala Lugones. La retro está integrada por todos sus largometrajes previos: Cómo aprendí a vencer el miedo y amar a Arik Sharon (1997), Feliz cumpleaños, señor Mograbi (1999), Agosto: un momento antes de la erupción (2002) y Venganza por uno de mis dos ojos (2005) (ver detalle aparte).

Nacido en Tel Aviv en 1956, Mograbi cursó cuatro años de filosofía en la universidad de esa ciudad, entre fines de los ’70 y comienzos de los ’80, tras lo cual se anotó en la Escuela de Arte Ramat Hasharon. De 1989 es su primera realización, el corto Deportation, que consta de una única escena de 12 minutos, filmada en tiempo real, en la que la cámara registra una deportación. El mediometraje The Reconstruction (1994) gira alrededor del crimen de un adolescente, asesinado tiempo atrás por media docena de individuos, a quienes finalmente Shimon Peres terminaría liberando. En esas primeras películas, Mograbi se comportaba todavía como un documentalista “normal”: filmaba hechos, sin intervenir en ellos. Bastó que decidiera meterse con el líder de derecha Ariel Sharon, ex general y futuro primer ministro, para perder su normalidad.


El documentalista y su doble

“Me propuse revelar el monstruo oculto detrás de su máscara de político carismático”, contaba Mograbi a Página/12, en referencia a Ariel Sharon, en ocasión de su primera visita a Buenos Aires. “Lo único que logré fue filmar a un tipo abierto, simpático y con mucho sentido del humor, incluso consigo mismo. Me pregunté qué hacer y la solución que encontré fue inventarme un otro yo de ficción, un Avi Mograbi seducido por el carisma de este político, como forma de darle a la película otra vuelta de tuerca. De allí en más mantuve esta fórmula para mis siguientes documentales.”

La fórmula Mograbi consiste en hacer de sí mismo (en realidad no él, sino su doble) el protagonista, contrapunteando aquello que filma con sus propias dudas y tribulaciones, que formula mirando directamente a cámara. A ese personaje caviloso, eventualmente claudicante –en la película sobre Sharon termina convertido a la fe del enemigo, bailando alegremente en un acto de campaña–, se le opone una dura conciencia moral, el Pepe Grillo de este Pinocho, que lo incita a patear el tablero o renunciar al proyecto. Esa conciencia se encarna en su esposa, que aquí se mantiene fuera de campo, en Z32 aparecerá brevemente en cámara y a quien en Agosto: un momento antes de la erupción el realizador personifica, con el simple expediente de atarse un toallón a la cabeza. No es el único personaje que el realizador interpreta allí: Mograbi también hace de su productor, que, desesperado porque aquél no termina la película, en algún momento irrumpe en su domicilio y mantiene secuestrada a la esposa.

Tironeado entre el ángel de la conciencia moral y el demonio del pragmatismo, hay escenas de Agosto... en las que, gracias a una truca elemental pero efectiva, Mograbi se desdobla en tres. El documentalista como actor, uso de la truca y la comicidad, un espectador interpelado, la cámara que lo mira fijo: lo que Mograbi sistematizó fue la concepción del documental como arte de la representación. Una concepción que pone patas arriba las ideas formadas sobre lo que el documental “debería ser”.


Documental y representación

En todos sus documentales, la puesta en escena y la estructuración narrativa ocupan un lugar central. El disparador de Feliz cumpleaños, señor Mograbi es el “descubrimiento” que hace el realizador de que el día de su cumpleaños coincide con el de la fundación del Estado de Israel. Otra vez el desgarro, la dualidad, expresados ahora por la confrontación entre la alegría del festejo personal y el dolor que le ocasiona la actualidad de su país.

En Agosto: un momento antes de la erupción lo que hay es, como en Cómo aprendí a vencer..., la representación de un fracaso. Si allí terminaba convertido a la fe de su rival, en Agosto... quiere armar una película y “no puede”. Lo único que obtiene son piezas sueltas, fragmentos, retazos de una película fallida. Pero sucede que esos fragmentos, presuntamente desintegrados, arman la más coherente y total visión de la vida cotidiana en la Israel actual. Distintas actrices interpretan a la esposa de un asesino de masas, los niños gritan, jugando, que “hay que quemar a los árabes” y todos, absolutamente todos (policías militares, manifestantes, gente de la calle) tratan de impedir que el documentalista cumpla con su cometido, indicándole qué es lo que debería filmar. Y, sobre todo, lo que no debería filmar.

Esa técnica de narrar por fragmentos, dejando que sea el espectador el que establezca vinculaciones y saque conclusiones, reaparece en Venganza por uno de mis dos ojos. Pero ahora no bajo la forma de meros fragmentos, sino de bloques enteros de relato. En Venganza..., Mograbi confronta un mito y un hito de la historia judía con el presente del Estado de Israel. El mito es el de Sansón, que según la Biblia combatió a los filisteos en inferioridad de condiciones, sabiendo que eso significaba la muerte. El hito es el de la fortaleza de Masada, cuyos ocupantes, a comienzos de la era cristiana, hicieron una elección equivalente, frente al poderío romano. Frente a eso, un presente en el que el ejército poderoso no está integrado por filisteos o romanos, sino por israelíes. Si alguien está en inferioridad de condiciones es el pueblo palestino, que espera, en los puestos de control, que el ejército ocupante se digne a dejarlos pasar.

En Venganza..., la fórmula Mograbi se retrae: “Los temas a los que me enfrentaba –decía el realizador a Página/12, cuatro años atrás– eran demasiado serios, demasiado trágicos, para agregarles ficción, humor o ironía. Eso hubiera sido caer en una suerte de pornografía estética y política”. Unos años más tarde, frente a hechos igualmente luctuosos, Mograbi cambiaría de idea, acudiendo de nuevo a formas extremas de la ironía y la representación. Pero eso ya es Z32, y de Z32 se habla aparte.
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