lunes, 6 de diciembre de 2010

¿Qué cine debería financiar el Estado?




Por Gustavo Fontán
Director de cine y docente.

Es vil no decir que el dinero que el INCAA otorga a las distintas producciones, en cantidades muy diversas según las películas, no sale del erario público sino de un impuesto creado a través de la Ley de Cine.
Circula, desde hace tiempo, en los discursos de algunos medios, una opinión simplificada sobre la distribución del dinero del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales. El argumento dice así: ¿Por qué el INCAA le da dinero, que es nuestro, a películas que no quiere ver nadie? No crean que incurro en una simplificación. No, no hay más argumentación que esta. El otro día en una columna de opinión de un programa radial, un periodista se animó a ir más allá y se preguntaba retóricamente: “¿Si ya existe alguien tan exitoso como Campanella, por qué no concentrar el dinero en sus películas?”
La simplificación no es inocente: quienes construyen estos discursos saben de su eficacia. Estos latiguillos son facilistas y se los reproduce rápidamente. Roland Barthes llama a esta figura retórica cuantificación de la cualidad: “Al reducir toda cualidad a una cantidad se realiza una economía de la inteligencia: se comprende lo real con menos gasto.” Entonces, algo es mejor porque cuesta más, o porque tiene más puntos de rating. El número se transforma en un valor en sí mismo. Una película será mejor, según esta posición, porque tiene más presupuesto o porque la vio más gente. Los números hablan, nos dirán. El argumento, si es que podemos darle estatuto de argumento, es vil de muchas maneras.
Es vil no decir que el dinero que el INCAA le otorga a las distintas producciones, en cantidades muy diversas según las películas, no sale del erario público sino de un impuesto creado especialmente a través de la Ley de Cine: un 10% del valor de la entrada de cine, y el aporte que hace la TV (un porcentaje de lo recaudado en publicidad, a través del AFSCA, ex COMFER).
Es vil no hablar del problema de la distribución. A las grandes cadenas de exhibición, que son empresas multinacionales, no les interesa emitir cine argentino. El mensaje es claro: sólo si hacen algo que se parezca al modelo tendrán un lugarcito en nuestras salas, nos dicen sin palabras, a través de actos evidentes. Lo modélico es la gran estrategia de los discursos hegemónicos. Esto es porque se parece a lo que fue desde siempre, y así será. No comunicar esto, es negar un aspecto clave de la cuestión.
Es vil no decir que las expectativas de difusión de cada película pueden ser diferentes según la producción y según el presupuesto. El teatro, por ejemplo, lo tiene mejor resuelto. Los parámetros de valoración de una obra no están atravesados por la cantidad de espectadores, y mucho menos por un número comparativo: lo que puede ser un fracaso absoluto, en términos comerciales, de una obra que sea vista por 300 espectadores por fin de semana en el Teatro Ópera, puede ser un éxito rotundo en una obra en El Camarín de las Musas. Y nadie se atreverá a reclamarle a una obra de Ricardo Bartís o Daniel Veronese que tenga una cantidad de espectadores similar a la que puede tener una obra, cualquiera, del circuito comercial en calle Corrientes. Cada cosa en su lugar. ¿Y las ayudas del Estado? El teatro también las tiene, pero a nadie se le ocurriría pensar que todas las ayudas posibles deban concentrarse en el teatro de carácter más comercial. Lo que se valora del teatro argentino es justamente su diversidad y su renovación constante.
¿Y si lo pensamos desde la literatura? Podríamos defender que las políticas culturales privilegien en forma de ayuda a los considerados bestseller sólo porque es lo que quiere leer la gente. Los argumentos se caen solos y no resisten el menor análisis. ¿Y por qué cuando se habla del cine estos discursos parecen verosímiles? Pura trampa que nos corre de lo que realmente debe debatirse.
Estoy seguro que en última instancia el problema de cómo repartir el dinero del INCAA es estrictamente ideológico, ya que gira alrededor de una cuestión central: mayor o menor distribución. El tema, aunque con distintas apariencias, es el mismo en distintos ámbitos: ¿Concentración de medios de comunicación o mayor pluralidad? ¿Concentración de la riqueza o una repartición más ecuánime? Lo mismo vale para el cine. ¿El INCAA debe distribuir sus recursos anuales entre cuatro películas o entre doscientas? Podríamos recorrer de esa manera diversos temas de la vida del país e irremediablemente llegaremos al mismo interrogante: ¿el dinero, los medios, el cine, deben estar en manos de unos pocos o en manos de muchos?
Los discursos hegemónicos siempre nos empobrecen. La diversidad de miradas mejora el mundo y nos mejora. Películas diferentes, diversas en temas y estéticas, amplían nuestros horizontes. Es deseable que Juan José Campanellla siga haciendo películas. Pero es absolutamente necesario que Carlos Echeverría, Ana Poliak, Ezequiel Acuña, Lisandro Alonso, Pablo Reyero, Santiago Loza, por nombrar sólo algunos, y también los jóvenes, que propondrán nuevas miradas, nuevas rupturas, y también los muchos directores postergados del interior del país, sigan haciendo o empiecen a hacer cine.
Son tiempos de grandes debates; la realidad nos obliga y nos obligará a tomar posición. Lo que se juega son cuestiones serias de cara al futuro y quiero imaginar un horizonte plural y federal; es la mayor garantía democrática.

FUENTE: DIARIO TIEMPO ARGENTINO.

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